Un Final Anunciado

Sin ninguna duda Spinosa nació para ser opositor. Hace 10 años empezó a hacer política en el club con la única misión de ser presidente a cualquier precio.

Por eso, en la primera elección que se presentó con la Agrupación Banfileña puso a Esteban Muñiz de candidato para no quemarse y que se inmole otro, eso si, se aseguró una silla entre los vocales titulares.

Cuando fue de candidato en 2008, sus compañeros lo inventaron como un monstruo imparable y sostuvieron su imagen a pesar de las diferencias. Después se lo comió el personaje y nunca más se quiso bajar. Fue candidato en 2011 con un cambalache de nombres impresentables y como las encuestas no le daban bien frente a un desgastado Portell más el apoyo municipal, decidió no presentarse utilizando artilugios legales incomprensibles y hasta haciéndole un juicio al club que hoy preside.

El precio para tomar el poder en 2012 fue que el equipo descendiera, y para eso, les pagaron a 6 jugadores para que vayan para atrás. Con la ayuda de matones, agarró el club sacando a las piñas a la comisión directiva anterior que tenía menos de 6 meses de gestión y se quedó con un club que no conocía a pesar de tener 6 años como vocal titular.

Antes de eso compró a todo el periodismo partidario barato y a una veintena de tuiteros truchos. En su gestión contrató a 14 jugadores, un cuerpo técnico entero, más un nuevo entrenador de arqueros que le impuso Francescoli, un couching de fútbol infantil que después echó, dejó ir un año a Bologna por solo U$S 100.000, hizo peñas nuevas con gente hincha de otros equipos, hizo un plenario peronista en el predio con 10.000 asistentes que rompieron todo, hizo una fiesta privada con músicos en la cancha para sus amigos con la plata del club, echó a 6 directores técnicos de las inferiores para reemplazarlos por amigos, regaló a Nico Tragliafico a un equipo que está casi descendido a primera C.

Eso si, nunca presentó el balance, nunca se presentó la auditoría, no subió las actas de CD a la página, no informó sobre los despidos, no modificó el estatuto, nunca informó sobre los costos del jardín de infantes, señó una casa sobre Alsina que nunca se va a comprar, sacó el escudito que algunos socios independientes habían puesto, nunca instaló el pago electrónico, sacó todos los cuadros con los presidentes históricos de la sede, sacó la placa con el nombre de Marcelo Martinez del salón de actos de la Escuela, se agarraron a las piñas a la vista de todos entre dirigentes (Rosi-Morán).

Hoy Spinosa se mantiene dando sus últimos manotazos de ahogado y pegándole en la platea a quienes pensamos diferente o vemos la realidad que nos envuelve. Las constantes improvisaciones, seguir manteniendo a un cuerpo técnico que nunca hizo jugar bien a Banfield, las peleas internas, los que se quieren “despegar” de su figura, los eternos aduladores, los manejos Mariottistas, la relación con Portell y sus encuentros cada vez más frecuentes.

En política, a los que son opositores siempre, les va bien. Los opositores crónicos siempre van a ser eso y no pueden salir de ese lugar. En este caso, la tarea constante de Spinosa fue tirar mierda durante 10 años y medía bien siendo opositor.

Su ambición lo llevó a ser presidente a toda costa y ayudar a descender al club, total era fácil volver a lograr el ascenso en un año y así quedar como un grande. Lo cierto es que no tiene capacidad dirigencial y es un millonario caprichoso que quiso jugar con los sentimientos de los Banfileños, como también lo hizo su amigo Pablo Paladino y tuvo que salir corriendo de Los Andes.

Spinosa, está desbordado, cada vez más solo y asustado porque no sabe vivir sin poder. El club no va a ascender, por las malas decisiones que él tomó, porque nunca jugó bien en 25 fechas y porque las divisiones internas son muy grandes. Tiene miedo de echar a Garnero y de blanquear que ya tiene decidido contratar al Archu Sanguinetti. No va a reconocer que Matías Díaz, Mosset y Zamponi son más impresentables que Mario Grana, no va a sentarse a dialogar con quienes lo critican. Vive en su mundo ficticio, va a morirse con la de él y va a terminar saliendo de la misma manera que entró: a las piñas.